terça-feira, 17 de maio de 2011

Una revolución silenciada



Los islandeses se han rebelado contra su gobierno, exigiendo que no se pague la deuda de los bancos.


La información ha sido siempre un arma de poder. Controlar la información es controlar lo que la gente conoce y, por lo tanto, condicionar su visión de la realidad y, con ella, sus acciones. En nuestras sociedades mediáticas, la información se ha convertido en el centro de la batalla política, pues el acceso de los ciudadanos al mundo, a la realidad, se realiza a través de los medios de comunicación. Su potencia se ha podido comprobar estos días con los sucesos del Magreb, donde las movilizaciones se han extendido como la pólvora gracias a la televisión e internet.

Lo que no aparece en los medios, no sucede. Esa es la máxima que se ha debido de aplicar con el extrañísimo caso de Islandia. Sí, Islandia. Islandia debería ser noticia, portada de informativos. ¿Por qué? Pues porque en Islandia, la población ha tomado las calles, cacerola en mano, para mostrar su radical oposición a su gobierno. Y la movilización ciudadana no solo ha provocado dos crisis de gobierno, sino que ha forzado un proceso constituyente, la redacción de una nueva Constitución que evite que se repitan situaciones como las que se han producido a lo largo de esta crisis global. ¿Y qué situaciones son esas?

Los tres bancos principales de Islandia se lanzaron, al abrigo del neoliberalismo rampante, a una política de compra de activos y productos fuera de sus fronteras. Como ha ocurrido con numerosas entidades bancarias, esos productos resultaron ser basura, de esa que a Rodrigo Rato le parecía una estupenda apuesta financiera cuando era director del FMI, lo que llevó a las citadas entidades a la bancarrota por sus deudas en Holanda y Gran Bretaña. El gobierno islandés procedió a nacionalizar los bancos y a asumir sus deudas. Ello supuso que cada ciudadano de Islandia se encontrara con una deuda de 12.000 euros. Como ocurre por todas partes del planeta, la mala gestión de entidades privadas debe ser enjugada por instituciones públicas y, por lo tanto, por la ciudadanía en su conjunto.

La diferencia radica en que los ciudadanos islandeses, ante el escándalo de la situación --escándalo que es asimilable al que sucede en todos los países occidentales-- se rebelaron contra su gobierno. Así, se lanzaron a la calle, exigiendo que no se pagara la deuda de otros. Unos otros que cuando tienen beneficios no se acuerdan de los ciudadanos y los estados, pero que recurren ansiosos a ellos cuando se encuentran en situaciones de apuro. El gobierno, que insistía en pagar la deuda, por la presión del FMI y de los gobiernos de Holanda y Gran Bretaña, se vio forzado a convocar un referéndum, en el que el 93% de la población se negó a pagar la deuda de otros. Ello provocó una crisis política de profundas dimensiones que ha desembocado en dos crisis de gobierno y en la creación de una comisión de ciudadanos de a pie encargados de redactar una nueva Constitución. Los islandeses se han hartado de que les tomen el pelo y han decidido tomar su destino en sus propias manos.

El caso es sorprendente. Pero lo que quizá sea más sorprendente es que este proceso, que se viene desarrollando en los dos últimos años y que está en plena efervescencia, con una ofensiva del Partido Conservador para declarar ilegal el proceso constituyente (¡qué miedo tienen los conservadores de toda laya a la ciudadanía!), que este proceso, insisto, no haya merecido un solo comentario en los informativos. Cuando los volcanes de Islandia estallaron hace meses, sus cenizas cubrieron Europa y provocaron un enorme caos aéreo. Probablemente, el temor de que las cenizas del volcán político islandés provocaran efectos sociales en Europa es una explicación plausible de este silencio. El efecto contagio, lo hemos visto en el Magreb, es una de las características de la sociedad mediática.

Los islandeses nos muestran un camino diferente para salir de la crisis. Tan sencillo como decir basta y recordar que la política, y quienes la ejercen, debe estar al servicio de la ciudadanía, y no de los intereses de entidades privadas cuya voracidad, cuyo egoísmo, cuya falta de ética (véase el caso de los recientes bonus por 25 millones de euros a directivos de Cajamadrid) está en el origen de esta crisis. En Islandia se ha cursado orden de detención contra los ejecutivos de las entidades en cuestión. En Islandia, arrinconando a los partidos sistémicos, empeñados, como aquí, en someterse a los dictados de los mercados, la ciudadanía se ha convertido en protagonista. Los islandeses lo han dicho claro: que las deudas las paguen los que las generan, que la crisis la pague los que la han producido.

Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza

Sacado de:
http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/noticia.asp?pkid=647878


Islandia no, Magreb sí

Las movilizaciones en Islandia no pueden ser presentadas por los medios con simpatía, sino con preocupación.

Siguiendo con la cuestión que abordaba hace unos días, la silenciada revolución islandesa, que ha supuesto un vuelco en el panorama político de esta pequeña nación europea, hay que preguntarse cuál es el motivo de que un hecho de estas características no haya tenido reflejo mediático, mientras que cada día nos desayunamos, comemos y cenamos (TVE ha llegado a tener tres periodistas en El Cairo) con los sucesos del Magreb, con las revueltas populares de Túnez, Egipto o Libia.

Vaya por delante que entiendo que lo normal es lo que está sucediendo, informativamente hablando, con el Magreb, es decir, que sucesos de tal transcendencia sean recogidos por los medios. Lo que resulta sorprendente, desde esa presunta objetividad de los medios, encargados, en teoría, de contarnos lo que sucede, es el silencio que se cierne sobre Islandia. Porque, si en Islandia ocurren cosas, ¿por qué no nos las cuentan? Por ello, me atreveré a proponer una hipótesis explicativa.

El tratamiento que los medios están realizando de los acontecimientos del Magreb subraya que son movilizaciones de carácter democrático contra regímenes de carácter autoritario. No vamos a entrar ahora a valorar que, de la noche a la mañana, regímenes amigos, y en algunos casos puestos como ejemplo, véase Túnez, se hayan convertido en feroces dictaduras a las que ese faro de la libertad y la democracia que se llama Occidente exige respeto a los derechos humanos y libertades. No vamos a hablar de ello, ni de esa hermana monarquía marroquí, tan amada por nuestra Corona. Lo que sí voy a subrayar es que se describen las movilizaciones como movilizaciones de ciudadanos, se ha dicho textualmente, que "quieren ser como los europeos". Es decir, somos tan magníficos que todo el planeta desea ser como nosotros. Resulta difícil saber con qué objetivos se mueven las masas en el Magreb, incertidumbre que, en el fondo, carcome a nuestros gobiernos. Sin duda, los proyectos políticos serán diversos: desde islamistas radicales hasta liberales, pasando por comunistas, nacionalistas, etc. Pero el mensaje mediático es claro: quieren ser como nosotros. Es una manera de subrayar lo afortunados que somos, pues no tenemos que recurrir a poner en peligro nuestras vidas para alcanzar la libertad: ya somos libres. Tanto, que somos la envidia del planeta. Podemos continuar con nuestra siesta democrática, abismados ante la televisión, y decidir con tranquilidad, y muy democráticamente, quién nos representa en Eurovisión o si la mano del defensa en el área fue o no penalti. ¡Vote, vote usted!

Las movilizaciones en Islandia, ésas que se han cargado dos gobiernos, que han exigido el encarcelamiento de los jerifaltes económicos del país, que se han negado a asumir las deudas de los bancos, que han promovido una asamblea popular para redactar una nueva Constitución, que han dado un corte de mangas al FMI y a los mercados, esas movilizaciones no pueden ser presentadas por los medios con simpatía, sino con preocupación. Porque subirían al escenario a un pueblo que, lejos de doblegarse, de asumir deudas ajenas e imposiciones irracionales, ha dicho basta. El efecto de imitación que provocan los medios es brutal. La televisión estuvo en el centro de las revueltas de los países del Este, que comenzaron a imitarse los unos a los otros; lo ha estado en las revueltas del Magreb, con los efectos que estamos advirtiendo. Por eso es preciso silenciar a Islandia, o poner sordina a las diez huelgas generales de Grecia, no vaya a ser que a los europeos nos dé por pensar que, hombre, igual tienen razón los islandeses y ya vale de que nos tomen el pelo. Y empezáramos a reunirnos en las plazas, y a coger cacerolas, y a decirles a los Tanto-monta-Monta-tanto (PP-PSOE-CIU-PNV-PAR-CC) que hasta aquí hemos llegado.

Aquel volcán islandés de nombre impronunciable, aquel que llenó Europa de cenizas, sirve de perfecta metáfora para lo que acontece. El volcán político del norte debe ser silenciado, pues su nombre --no recuerdo bien si es democracia o participación popular--, en nuestras geografías políticas neoliberales, resulta impronunciable. Es preciso borrar las huellas de su erupción.

Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza

Sacado de:
http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/noticia.asp?pkid=650572


Mas info:

http://www.elciudadano.cl/2011/04/06/¿que-es-lo-que-pasa-en-islandia/

1 Comment:

Marta said...

A verdade é que non tiña nin idea...eu que son de ler a prensa en papel, que caladiño o tiñan :(